sábado, 25 de abril de 2009

Es lunes, ¡sí!, es lunes

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Quería escribir sobre lo que hoy viera, y para mi sorpresa, vi mucho.

La mañana comenzó con apresurados pasos, y como nunca, tuve que cambiar de dirección, no sólo porque se me hacía tarde, si no porque, extrañamente, esta mañana estaba vacía.

El vagón del metro llevaba un inquietante silencio, por la ventana se veía un día radiante, más abajo las personas desplazándose, en ellos, esos que no se iluminaban, el día radiante era solo un cuento.

Volví a las callecitas por las que alguna vez pasé aceleradamente para llegar a "puerto". Muchas cosas han cambiado desde que eso pasaba, pero los arboles siguen allí, y como si de un encuentro de amantes se tratara, nos volvimos a ver, sus grandes copas, fuente natural de sombra seguían allí, y como antes, cumpliendo la tarea de proteger, en esta oportunidad con mayor razón, el calor es un carajo...

El aroma de esos arboles, me llevó irremediablemente a la ternura de los 18 años, cuando creía que todo lo podía, y que el mundo cabía en mis manos...

Llegué finalmente al lugar al cual iba, un elegante edificio con citofono en pedestal, me dio la bienvenida, apreté el botón, y una amable voz dijo "buenas tardes", y me sorprendí, ¿buenas tardes?... volví a mis sentidos, y saludé. Entré, y el conserje volvió a saludarme, cosa a la que respondí... entregué la documentación, y con eso, estaba lista mi tarea...

Me enteré en ese momento, que el conserje se llama Sergio, él, muy amable, me instó a la conversa... hablamos al menos una media hora, siempre he tenido "buena onda" con los conserjes, en ellos hay fuente de información innata, saben de mucho, cuentan todo, y aunque sus vidas (de acuerdo a lo que vemos) transcurre tras un mesón, y frente a un muro de casilleros, tienen mil historias, todas con algun grado de sazón.

El recorrido continuaba hacia el centro de Santiago, entre tanta vuelta hice la entrada al corazón de la ciudad por Agustinas, allí, era imposible no quedarse en alguna vitrina, y de lo que sea.

Así, cerca de las 17 horas, me quedé pegada en la tienda de viejos libros, mi alma se salió del pecho cuando vi entre los ejemplares "Obras Completas" de Rodrigo Lira, sencillamente no lo podía creer... decidida, entré. Las campanitas de la puerta me anunciaron con cierta violencia, y es que mis ansias empujaron aquella puerta.

En la entrada, tras una torre de libros de diversos colores, y por cierto, tambien aromas, estaba la dueña de la tienda, una mujer de baja estatura, cabello plomizo, piel arrugada, pero cuidadosamente hidratada,y ojos cafe, ella estaba concentrada en una lectura, y mi entrada poco triunfal, la dejó con un suspiro en la boca y el corazón a mil, sonreí, y pregunté: "el libro de Rodrigo Lira, ¿a cuánto está?, se quedó pensativa, y luego de unos segundos respondió: "¿qué libro es?, lo señalé a su derecha, lo miró, y dijo: "ah, ese, está a 83 mil pesos", hasta allí, en mi rostro aun había una sonrisa, y con evidente desgano, me despedí.

Las campanitas esta vez sonaron con más dulzura, para mi, tristeza, pero bueno, antes de cerrar, la señora me detiene y me pregunta si me gusta Lira, ¡sí, me gusta mucho!. En ella noté cierta complicidad, el ambiente era agradable, de hecho me invitó a pasar otra vez, "mira, no puedo rebajar el libro, y tampoco regalártelo, pero ¿qué te parece si lo leemos?, me pareció insolitamente agradable.

La librería de la señora Isabel es pequeñita, con muchos libros, y ella sola... encontré que esa tienda era distinta, en el centro, habían unas mesas para la lectura, y en los muros, interminables filas de libros nuevos y usados, pero todos abiertos y sin codigo de barra, sus precios estaban escrito a lapiz mina, en el sector superior derecho de cada ejemplar.

Isabel me invitó a la mesa del centro, donde había más luz, tomó el libro y comenzó a leer, hace mucho tiempo no me leían, me sentí como la protagonista de The Reader, con la diferencia que yo sé leer. Cada palabra enunciada por Isabel, le daba sentido estético y riqueza a las propias ideas de Lira.

Hubo una pausa, y por unos segundos Isabel se quedó mirandome, me descolocó, incluso asustó, ella se quitó los lentes, y confesó que yo le recordaba a una de sus nietas, la única pelirroja...siguió observándome y dijo "eres una linda jovencilla, tus cabellos rojos desordenados buscando como hijos donde caer, te brindan un aire de mujer inquieta, más tus pecas te otorgan un dejo de pequeña traviesa, la que con un solo empujon a mi puerta me trajo hasta aquí el dulce recuerdo de mi Amanda".

...Amanda, así se llama su nieta, la pelirroja madrileña que gusta de Lira.

Los dados de la vida están echados sin que pueda yo verlos... y ahora, estoy a un costado de mi universidad y frente a la Iglesia La Merced, sorbeteo una bebida, y me apuro para un cigarrillo, bajó un poco la temperatura y he olvidado mi chaleco...

Un suspiro de resumen se escapa de mis labios, devuelvo la bandeja con la lata de bebida, y el envoltorio de lo que comí, y me pregunto ¿quién dijo que el lunes es fome?.

domingo, 12 de abril de 2009

El amor de Gabriela

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Cada vez que leí algo de Gabriela Mistral, me sorprendí, de hecho, recuerdo muy bien a una profesora de básica, quien musicalizó uno de los poemas de Mistral, y nos la hizo cantar hasta el cansancio, pero en época escolar, por inmadurez propia de la edad, es poco lo que se alcanza a dimensionar a un artista, pasa simplemente a ser parte de una materia.
Con el tiempo, nos volvimos a encontrar con Doña Gaby, esta vez con sus poemas, y de metiche, con su historia, y ahí me quedé, porque el personaje que escribía magistralmente se volvía humano.
La relación de Gabriela con la tierra, es sin duda uno de los factores fundamentales plasmados en sus escritos, el amor a Latinoamérica, a su Chile querido, aun en la lejanía, dan cuenta de sus principales intereses.
Se relacionó con importantes figuras de la literatura internacional. Entre las lecturas sobre su historia, encontré detalles de su estrecha amistad con Alfonsina Stornni, al relacionar sus trabajos, sus cualidades, y lo que a ambas las motivaba, era comprensible tal amistad. Ambas amantes de las letras, luchadoras innatas, testarudas de la época, y también con penas de amor…
Seguí buscando humanizar aun más a esa Gabriela que por años me pareció lejana, incluso extraña. Sabido es su amor a la pedagogía y cuanto se entrego a esa noble tarea y a su gente, pero ¿ese era todo el amor que tenía Gabriela?, no, ella tenía un gran amor, Manuel.
Hace un tiempo fueron publicadas sus cartas a Manuel, cartas llenas de amor y respeto, cartas que angustia leerlas, es como entrar en lo más intimo y desconocido de la poetiza, es, de algún modo, sentarse con ella en un café y oírla decir “no me puedes amar”.
La cito en un extracto:
“XIV
13.-10 PM. Me levanté a las 3 PM. Llovía, hacía mucho frío y me quedé en cama leyendo. Después, he trabajado y sólo la noche me queda, como ayer, para conversar contigo.
Tengo mucho que decirte, Manuel, mucho. Pero son cosas que se secan al pasar a la palabra.
Me dices ingenuamente: "Dame la dicha, dámela; tú puedes dármela". Y conmovida hasta la tortura, yo miro en mí y veo con una claridad perfecta, que yo no podré dártela, Manuel. Amor, mucho amor; ternura, ternura inmensa como nadie, nadie, la recibió de mí; pero ni ese amor ni esa ternura te darán felicidad, porque tú no podrás quererme. ¡Si lo sabré yo, si lo habré comprendido bien! Este es el punto que tú evitas tratar y es el único que debiéramos tratar, porque es "el único que importa". Tú no serás capaz (interrógate a ti mismo) de querer a una mujer fea. Hoy, ayer, varios días, desde que mi viaje se ha decidido, vivo pensando en nuestro encuentro. Y me voy convenciendo de que va a ser él la amargura más grande de mi vida. Tú eres bondadoso, y querrás dejar ver el golpe, y (eso será lo peor) me hablarás con cariño. Tal vez llegarás a besarme, para engañarte más que para engañarme. He observado que hay en ti un gran deseo de engañarte, de creerte enamorado, de gritarte conmovido. Quieres conmigo aturdirte como con un mal aguardiente, para olvidar; no me alegues; ¿qué puedes alegar? Todo lo que dices, tu acariciar y tu emocionarte hasta lo más hondo es por lo que tú crees que soy yo.”
Es fácil distinguir cuanto amor existía hacia Manuel, y a su vez, la enorme inseguridad que la rodeaba. Sus letras, llenas de fantasías, imágenes en el aire plasmadas en cartas, letras, y poesía, llevaban hasta a ese hombre especial el mensaje preciso, un te amo.
¿No comprendía Gabriela que su inmensidad radicaba en sus acciones, en su ser, en su esencia, y que por ello, era perfectamente una “hembra” para amar?, pero la entiendo, y es que como toda mujer, entendió que la estética es también importante en un amor, incluso, fundamental en el desate de pasiones, y eso… atormentó las noches de Mistral, donde en cada carta una y otra vez explicó su rostro, su dureza, su poca sutilidad en la caricia, caricia que imaginó mil veces, besos que se escaparon en suspiros al pensar en Manuel, y que se prohibió vivir, sentenciando: “para qué hablar, fantasear contando con el futuro, si estamos edificando sobre una locura?”.
 

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