viernes, 20 de marzo de 2009

Sentados en la plaza de la vida


Todo partió cuando me encontré con Don Álvaro. Luego de las vacaciones había mucho que hablar, y preguntas por hacer, sin embargo, esta vez la conversa se desvió hacia un tema presente hace mucho, y que constantemente viene a dar vueltas en las tertulias con “mayores”.
Resulta que Don Álvaro, gracias a la tecnología logró reencontrar a viejos amigos, (hablo de Facebook), y me contaba que en una larga noche, volvieron a tomar sus conversas de antaño, esas que invadían las tardes de plaza, donde más de una conquista tuvo… y que aún recuerda, al menos eso distinguí en sus ojos brillosos.
La conversa, luego del balance del gran reencuentro de su generación, se tornó en crítica a la generación siguiente, y subsiguiente. Lo escuché atentamente, le di tiempo a todo su argumento, incluso pude recorrer calles y plazas con su propio recuerdo…
La tónica de sus frases cavilaban entre el enojo, la desilusión, y el descontento absoluto, procuró siempre no herir, de hecho me decía “pero tú no…”, me causaba gracia, porque en el fondo, también soy parte de “esa terrible generación”.
Bien, a lo que Don Álvaro se refería, era a la poca vida de comunidad que existe hoy, la solidaridad traducida a ceros en una cuenta, y al poco compromiso de los jóvenes con sus pares. Y tiene razón, muchas de esas cosas existen, y son tal como las enunciaba, pero me detuve en la forma de su crítica, y también en el fondo de ésta.
Reconozco en la generación de mi padre (los cercanos a los 50 años), un valor incalculable en términos de aporte a una sociedad, muchos de ellos callaron sus voces para siempre, y eso hay que considerarlo, valorarlo, y por cierto, agradecerlo.
Me imagino que el conducto regular, era continuar la hazaña, casi como una formula en la que uno peleó antes, y luego te toca a ti continuar, todo como una especie de legado. Entonces, le pregunté directamente a Don Álvaro si él había especificado tal legado a sus hijos, si dentro de la formación de estos, contempló los valores que él aprendió, si es que crio a su hijo pensando en posicionarse de la plaza, del compañerismo, del amor al prójimo en actos y no en lucas… y fue ahí donde comenzó a reflexionar, me dijo “sabes cabra, en realidad sí, yo los eduqué para ser gente de bien”, a lo que inmediatamente consulté ¿y cómo?...
Las respuestas de Alvarito, esta vez comenzaron a perder fuerza, dado que a modo de reflexión le plantee la necesidad de visión ideológica, un “algo” por qué luchar, y claramente porqué ayudar también.
La generación de mi padre y de Álvaro, estuvo marcada por una unión, algo que ni siquiera era necesario cuestionar, no hacía falta preguntarse ¿lo hago o no?, periodistas, fotógrafos, médicos, adultos y jóvenes por un mismo fin.
La llegada de la democracia, trajo a esos jóvenes la sensación de triunfo, de avance, de mejora, de ahí en adelante, muchos comenzaron a buscar un qué hacer, y porqué luchar, pasaron a lo menos 4 años para restablecer un ambiente de tranquilidad, y desde ahí abrir la otra etapa, la de destapar mentiras y avanzar en esa línea, otros, iniciaron sus vidas en lo personal, comenzaron a proyectarse, y pensando en formar familia (otros lo hicieron mucho antes).
Así como mucha prensa murió porque ya no había “blanco” de la noticia, al menos no del corte con el que se reporteaba, también murió la ilusión de una generación que dejó “las patas y el alma” en la calle, acogiéndose a un sistema que les exigía mayor demanda en tiempos laborales, la crianza de los hijos se vio compartida, y ya no era la madre la que estaba 24 horas al día por y para la familia.
Desde ahí, las cosas cambian, y de algún modo, la lucha, solidaridad y vida de barrio, se acabó, la extrema seguridad de los hijos, está supeditada a la ausencia de padres, los mismos que cuando jóvenes lucharon por una sociedad justa, hoy, pelean por su familia, pero esta vez, en busca del dinero que paga el colegio, internet, luz, agua, zapatillas, el auto… etc., de esa familia.
Don Álvaro tiene razón, las plazas hoy están solas, y también siento que en ellas hace eco el “divide y vencerás”. La sofisticación y tecnologización acabaron con un ideal, y es que ni el mismo Álvarito logró explicarme cómo transmitió ideales a sus hijos, porque se dio cuenta que sin quererlo, emitió un doble discurso, el “no salgas a la calle, es peligroso”, se contrapone a lo que le hubiese gustado ver en esta generación, y básicamente porque entendió que sus hijos, a diferencia de él, no tenían que luchar contra un “tirano”, entonces, no encontró el modo, perdió la forma, y optó por dar a sus pequeños, todo lo que él no tuvo, y el resultado salta a la vista, jóvenes sin ideología, llenos de inseguridades, adictos a las “cosas”, y de carácter inmediatista.
Finalmente, con cierta tranquilidad, y sin ánimo de culparlo, me retiré de la conversa dejando un “piénselo”, una generación es parte de una formación, la suya, fue a través de sus padres, y de una sociedad ávida de unión, busque donde está la inconexión de ésta, nuestra generación.

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